jueves, 8 de abril de 2010

Algunas de las piezas expuestas en Matisse-Matiz (febrero 2010)




Mattisse-Matiz


En Matisse-Matiz, el joven pintor Naidel Herrera acude a recrear rostros ajenos para develarse a sí mismo. Sin terminar aún su formación académica, y como antesala del ejercicio de graduación, este artista se cuestiona la existencia, el sentido de la vida, al crear modelos nuevos con cada color usado.

El resultado es un hábil discurso donde evita toda literalidad con el contexto de sus personajes. Parte de fondos neutros, de la no referencia espacio-temporal para dar mayor libertad al receptor. Su filiación al taller “Nuevas Fieras” de la pintora Rocío García le hace deudor de la práctica expresionista, especialmente la de Matisse. De ahí que el color descuelle pujante en cada lienzo.

El rostro identifica exteriormente al ser; nos hace reconocer a nuestros familiares y amigos. Los hace únicos ante nosotros. Son rostros los que vemos cada día en las mañana, desconocidos o cercanos. Sus expresiones nos hablan del pensamiento, del universo particular de cada uno. Aquí se trata de construir en cada pieza la psicología según la singularidad del retratado. El rostro es sólo el pretexto para recrearse en una acción plástica. Lo que interesa al pintor es ese “adentro insondable”, aparentemente cotidiano –común- contenedor de savia y pluralidad; el que exterioriza alegrías, tristezas, sueños, deseos, anhelos, decepciones y frustraciones.

Mariela Usich